El Irupé (leyenda guaraní)
El cacique Rubichá Tacú (jefe algarrobo), que gobernaba una tribu de hombres aguerridos y hermosas mujeres, vivía a orillas del río Paraná.
Rubichá Tacú tenía una hija, Morotí (blanca), joven y bella, pero orgullosa y coqueta, novia de Pitá (rojo), el guerrero más valiente de la tribu.
Morotí y Pitá se querían mucho, pero el genio del mal, envidioso de la felicidad de los jóvenes, inspiro una mala idea a la muchacha. Un día, al caer la tarde, paseando por la orilla de río con otras doncellas, Morotí vio a Pitá que, en compañía de varios guerreros, se ejercitaba con el arco y las flechas.
Para demostrar a sus amigas cuánto la amaba Pitá y cómo satisfacía todos sus caprichos, les dijo con orgullo:
_Ahora verán cómo Pitá cumple cualquier deseo mío. ¿Ven este brazalete? lo arrojaré al río y mi novio irá a buscarlo.
Una de sus amigas la interrumpió:
_No hagas eso, Morotí. Es muy peligroso y Pitá podría ahogarse.
Morotí respondió:
_¡No seas tonta! Pitá es el mejor nadador y el más valiente de la tribu. ¡Irá a buscar mi brazalete a fondo del río!
Inmediatamente sacó la alhaja de su brazo y, llamando a Pitá, ordenó:
_¡Pitá! ¡He arrojado mi brazalete al Paraná, y lo quiero! ¡Ve a buscarlo!
Pitá, que quería mucho a su novia y la complacía siempre se arrojó al agua seguro de sí mismo, para satisfacer así una vez más a su hermosa Morotí.
Pero sucedió que los que quedaron en la orilla esperando ansiosos la vuelta de Pitá, empezaron a impacientarse, pues esté no volvía...
¿Qué podría haberle sucedido? ¿Habría quedado enredado entre las raíces de alguna planta? ¿Estaría herido? Así pensaban, cuando Morotí, desesperada y llorosa, dijo:
_ ¡Yo soy la culpable de lo que sucede! ¡Pitá debería haber salido ya! ¡Algo le ha pasado! ¡Yo no quiero que muera! ¡Que llamen al Adivino de nuestra tribu y diga qué debemos hacer para salvarlo!. Varios guerreros salieron inmediatamente a buscar a Pegcoé (Profundo), el Hechicero, y al rato volvieron con él. Todos hicieron silencio, mientras Pegcoé, mirando las profundas aguas del río, dijo con voz misteriosa:
_¡Ya veo! ¡Es él... Pitá! ¡Está con I-Cuñá-Payé (hechicera de las aguas) en su hermoso palacio de oro y piedras preciosas! La dueña de las aguas quiere que se quede y para eso le ofrece todas sus riquezas.
Pitá parece aceptar... ¡Y tú, Morotí, por tu orgullo y tu coquetería eres la única culpable de la pérdida de nuestro mejor guerrero!
_¡No! ¡No! ¡Yo quiero salvarlo!_ gritó Morotí, desesperada.
Dime qué debo hacer y te obedeceré ciegamente.
Y habló Pegcoé:
_¡Tú eres quien puede salvarlo, tú y solo tú!
_ Espero tu mandato. ¡ Habla, Pegcoé!
_ Debes arrojarte al Paraná y traerlo tú misma a la superficie.¡Tú debes arrancarlo del poder de la Dueña de las Aguas!
_ ¡Te obedezco, Pegcoé, y me arrojo al río! ¡Yo volveré con Pitá! ¡Mi amor vale más que todas las riquezas de I- Cuñá_ Payé!
Diciendo así, se arrojó a las aguas que se abrieron para dejar pasar a la coqueta y orgullosa joven que, arrepentida, iba a salvar a su novio del poder de la Hechicera de las Aguas.
Toda la noche debieron esperar el regreso de los jóvenes.
Se encendieron fuegos y se danzó a su alrededor para invocar a Tupá (Dios) y ahuyentar a los malos espíritus.
Los ancianos hacían conjuros vencedores del mal. Los guerreros y doncellas bailaban danzas sagradas.
Ya amanecía cuando fue nuevamente consultado el Hechicero, que seguía mirando las aguas, y entonces Pegcoé dijo:
_ ¡Ya se han encontrado! ¡Morotí ha salvado a Pitá!¡Ya vuelven abrazados a la superficie! ¡Ya vuelven!
En ese mismo instante, atónitos y maravillados, vieron aparecer en la superficie del agua una hermosa flor de pétalos rojos y blancos. Eran Morotí y Pitá que, transformados en un irupé, ofrecían al mundo su belleza y su perfume como símbolos de amor y de arrepentimiento.
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