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sábado, 25 de julio de 2015

Cuento


La hormiga 
  La hormiga salió de su cueva muy temprano, como el invierno era muy frío y había nevado, se le había helado la pata. Y dijo la hormiga: "¡Nieve, qué fuerte eres que me helaste una pata!".
   Entonces le dijo la nieve: "Más fuerte es el sol que me derrite".
   Y la hormiga fue donde estaba el sol y le dijo: "Sol, qué fuertes eres que derrites la nieve, nieve que heló mi pata!".
   Y el sol contestó:  "Más fuerte es la nube que me cubre".
   Y la hormiga se acercó a la nube y le dijo: "¡Nube, qué fuerte eres que cubres el sol que derrite la nieve, nieve que heló mi pata!".
  Y la nube respondió: "Más fuerte es el viento que me disuelve".
  Y la hormiga le dijo al viento: "Viento, qué fuerte eres que disuelves la nube, nube que cubre el sol, sol que derrite la nieve, nieve que heló mi pata".
  Pero entonces le dijo el viento: "Más fuerte es la pared que me detiene".
  Y la hormiga fue hasta donde estaba la pared y le dijo: "Pared, qué fuerte eres que detienes el viento, viento que disuelve la nube, nube que cubre el sol, sol que derrite la nieve, nieve que heló mi pata".
 Y la pared le contestó: "Más fuerte es el ratón que me agujerea".
 Entonces la hormiga le dijo al ratón: "Ratón, qué fuerte eres que agujereas la pared, pared que detiene el viento, viento que disuelve la nube, nube que cubre el sol, sol que derrite la nieve, nieve que heló mi pata.
 Entonces le dijo el ratón: "Más fuerte es el gato que me come".
 Y la hormiga fue donde estaba el gato y le dijo: "Gato, qué fuerte eres que comes al ratón, ratón que agujerea la pared, pared que detiene el viento, viento que disuelve la nube, nube que cubre el sol, sol que derrite la nieve, nieve que heló mi pata.
 Pero entonces le dijo el gato: "Más fuerte es el perro que me mata".
 Y la hormiga le dijo entonces al perro: "Perro, qué fuerte eres que matas al gato, gato que come al ratón, ratón que agujerea la pared, pared que detiene el viento, viento que disuelve la nube que cubre el sol, sol que derrite la nieve, nieve que heló mi pata".
 Y el perro le contestó: "Más fuerte que yo es el cuchillo que me mata".
 Y la hormiga se encontró con el cuchillo y le dijo: "Cuchillo, qué fuerte eres que matas al perro, perro que mata al gato, gato que come al ratón, ratón que agujerea la pared, pared que detiene el viento, viento que disuelve la nube, nube que cubre el sol, sol que derrite la nieve, nieve que heló mi pata".
 Y el cuchillo respondió: "Más fuerte que yo es el hombre que me fabrica".
 Entonces la hormiga habló con el hombre y le dijo: "Hombre, qué fuerte eres tú que fabricas el cuchillo, cuchillo que mata el perro, perro que mata al gato, gato que come al ratón, ratón que agujerea la pared, pared que detiene el viento, viento que disuelve la nube, nube que cubre el sol, sol que derrite la nieve, nieve que heló mi pata".
 Pero entonces le dijo el hombre: "Más fuerte que yo es la muerte que me mata".
La hormiga fue adonde estaba la muerte y le dijo: "Muerte, qué fuerte eres que matas al hombre, hombre que fabrica el cuchillo, cuchillo que mata al perro, perro que mata al gato, gato que come al ratón, ratón que agujerea la pared, pared que detiene el viento, viento que disuelve la nube, nube que cubre el sol, sol que derrite la nieve, nieve que heló mi pata".
 Y la muerte respondió: "Más fuerte que yo es Dios que me manda".
 Entonces la hormiga habló con Dios y le dijo: "Dios, qué fuerte eres que mandas la muerte, muerte que mata al hombre, hombre que fabrica el cuchillo, cuchillo que mata al perro, perro que mata al gato, gato que come al ratón, ratón que agujerea la pared, pared que detiene el viento, viento que disuelve la nube, nube que cubre el sol, sol que derrite la nieve, nieve que heló mi pata".
 Y Dios se apiadó de la pobre hormiga y le dijo: "Vuelve a tu cueva". Cuando la hormiga llegó vio que su pata estaba curada.

                                                                                        Cuento folclórico de Puerto Rico.

Cuento


                                                                                    Juan y el suri 

   Hacía mucho tiempo que el zorro Juancito quería comer al suri. Pero el suri era muy ligero para correr y siempre lograba escapar cuando el zorro lo perseguía. 
   Sin embargo, el zorro era muy astuto y no se daba por vencido.
 -Tengo que hacer algo para engañar al suri -se decía una y otra vez. Entonces, un día el zorro le robo un par de zapatos al hombre. Se los puso y salió a caminar por el campo, con la idea de engañar al suri. 
   Cuando el suri vio al zorro le pregunto: 
-¿Qué es esa cosa que tiene en las patas, zorro? 
-Son unos zapatos para correr más rápido y no lastimarme los pies. 
-¿Y dónde los compró, si se puede saber? 
–le pregunto el suri preocupado y temeroso porque pensaba que el zorro lo iba a poder atrapar con esos zapatos nuevos.
 -Yo mismo me los hice, soy un gran zapatero-dijo el zorro. 
 El zorro vio que el suri ya había mordido el anzuelo y siguió con su plan.
 -¡Oiga, compadre, a usted también le hacen falta unos zapatos para que no se lastime las patas cuando corre en el campo! ¿No le parece?
 -Cierto, pero no encuentro zapatero que me los haga.
 -¡Ah! si es por eso no se aflija, que yo se los puedo hacer… 
 Y ahí no más comenzó a tomarle las medidas de las patas. Era una buena oportunidad para atrapar al suri, pero el zorro sabía que si fallaba esta vez nunca más iba a poder atraparlo ni engañarlo, así que prefirió esperar. 
-Listo- le dijo el zorro. Mañana al mediodía, si hay buen sol y no llueve, lo espero aquí para darle sus zapatos.
   El zorro había robado de una tienda un pedazo de cuero crudo y muy contento se puso a fabricarle los zapatos. Se los hizo bien ajustados a los pies. 
  Al día siguiente había un sol radiante, y antes de salir humedeció bien el cuero de los zapatos. Entonces fue donde el suri.
 -Aquí tiene amigo- le dijo, y se los colocó 
 -¡Son muy bonitos!- exclamó el suri, contento porque pensaba que ahora iba a poder escapar para siempre del zorro. 
-Más lindos van a ser cuando corra un poco al sol. 
  El suri, pensando que había logrado engañar al zorro, salió muy ufano con sus zapatos nuevos. Al rato, el cuero crudo mojado se fue secando con el sol y le comenzó a apretar los pies, los dedos se le juntaron y no pudo correr más y ahí quedo plantado. El zorro, que lo iba siguiendo, aprovecho para comerlo. 


 Suri: uno de los nombres del ñandú.

             Cuento folclórico.

viernes, 24 de julio de 2015

Leyenda


La constelación


En el principio de los tiempos, el Cielo y la Tierra estaban unidos por un gran árbol. Los hombres trepaban por él, cada día, para ir a cazar al mundo superior.
      Allí abundaban los animales y nunca habría faltado qué comer, de no ser por la avaricia de esos primeros hombres. 
     Resulta que, un día, la caza fue muy exitosa. Los hombres habían matado un jaguar y hubo carne suficiente para repartir entre muchos. Cuando le tocó el turno de recibir su parte al más anciano de todos, los demás se aprovecharon de él. En vez de darle una ración de la buena carne, solo le acercaron las vísceras del animal, porque pensaron que el anciano no iba a darse cuenta de que ellos se quedaban con la mejor parte. 
     El viejo, ofendido por el maltrato, en cuanto se quedó solo llevó a cabo su venganza: prendió fuego al gran árbol, que ardió hasta convertirse en cenizas. Los cazadores, que en ese momento estaban en el mundo de arriba, ya no tuvieron cómo volver a la Tierra. Quedaron allí sin poder bajar nunca más. 
  Ahora, están en el cielo y forman la constelación que lleva por nombre Pléyades o las siete cabritas. 


Leyenda de la Región Chaqueña (pueblos Toba, Wichí y Mocoví). 
Versión de Estela Garibotto.

Fábula

  La zorra y la cigüeña




   Había una vez una zorra que vivía en un hermoso bosque repleto de plantas y flores. Una tarde, mientras se miraba en el espejo de un río transparente, vio pasar una cigüeña picuda y cubierta de plumas blancas. 
   -¡Qué elegante!- pensó la zorra, y enseguida tuvo deseos de hacerle alguna maldad. 
   Después de pensar y pensar, se le ocurrió una idea brillante: la invitaría a comer a su casa y allí le daría una sorpresa. 
   La cigüeña aceptó encantada sin imaginarse que la astuta zorra le tenía preparada una sorpresa desagradable. 
   Cuando llegó el momento, la zorra había preparado una comida sencilla y se excusó diciéndole a la cigüeña que los tiempos estaban difíciles parea realizar costosos banquetes. La cigüeña, que era muy discreta, le contestó: 
-Doña zorra, a mí todo me sienta bien mientras esté con tal agradable compañía. 
   La zorra se sonrió por sus adentros y entonces sirvió en una bandeja de mimbre, dos platos muy chatos, llenos de sopa de carne y tomates. 
   La cigüeña se esforzó todo lo que pudo, pero no alcanzó a probar más de un sorbo de la líquida comida, pues su largo pico se lo impedía. Sin embargo no se quejo. 
   Mientras tanto, la zorra engullía con su alargada lengua toda la comida y exclamaba: 
-¡Es exquisita!... ¡Qué sabrosa!... ¡Hum!
   Entonces, la cigüeña tramó un escarmiento para la envidiosa zorra. 
   Y así fue que sin decir nada y disimulando su rabia, la cigüeña se despidió sin antes dejarle una invitación para la noche siguiente a fin de "devolverle su amable convite".
   Así llegó el turno de la cigüeña. Esa mañana desde muy temprano, cocinó y cocinó apetitosos manjares. Cuando dio por terminada su labor, escuchó golpes en la puerta: la zorra había llegado.
   El olor de la comida era tan exquisito que la zorra no hacía más que elogiar la destreza culinaria de la cigüeña. 
   Finalmente, se sentaron a la mesa. Grande fue el asombro de la zorra cuando advirtió esos maravillosos manjares aparecían dispuestos en largas y finísimas copas, tan altas como el pico de la cigüeña. 
   La zorra no dijo nada, pero aprendió la lección. No tuvo más remedio que observar con tristeza como la cigüeña disfrutaba de la comida con delicados y ágiles ademanes. 

   Moraleja: "Si no les gusta ser engañados, no engañen ustedes a nadie". 

                  Jean de La Fontaine

jueves, 23 de julio de 2015

Fábula

"EL RATÓN Y LA RANA"

          Un ratón se hizo amigo de una rana. Ella, para burlarse, ató su pata a la del ratón y lo siguió por los campos para comer el trigo. Luego, dijo a su amigo que debía seguirla a ella y se lanzó al fondo del pantano, en donde se puso a retozar alegremente mientras el pobre ratón, ya ahogado, quedaba a flote.
          Sin embargo no paró ahí su plan de diversión, porque acertó a pasar por el lugar un milano que apresó al ratón arrastrando con él a la rana, que formó también parte del banquete.
"La justicia divina tiene sus propios ojos y, tarde o temprano, llega el castigo a cada falta."

FÁBULAS DE ESOPO

Mito

                                                     
                Los hombres desobedientes






   Mulukú, el ser supremo, hizo dos agujeros en la tierra. Dijo unas palabras, y del primero de ellos salió el primer hombre. Dijo otras palabras, y del segundo agujero salió la primera mujer. Mulukú les dio una azada y un arado para trabajar la tierra, un hacha y un martillo para cortar los árboles y construir su casa; les dio cereales para sembrar, una cacerola para cocinar y platos para poner en ellos su comida. Y les dijo: "Aren la tierra. Siembren en ella los granos de cereal. Construyan un hogar. Cosechen el cereal y cocinen los alimentos antes de comerlos".
   Pero ellos, en vez de hacerle caso, se comieron las semillas crudas, llenaron de basura la cacerola, rompieron los platos, tiraron las herramientas y se fueron a vivir al bosque, a la intemperie.
   Enojado ante esa desobediencia, Mulukú llamó al mono y a la mona. Les presentó las mismas cosas que les había dado a los hombres, y les dio los mismos consejos. Ellos trabajaron la tierra, construyeron una casa y cocinaron el cereal antes de comerlo.
   Entonces, Mulukú, contento, cortó la cola de los monos y les dijo: "Sean humanos". Después, les puso las colas al hombre y a la mujer, y les dijo: "Sean monos".

Mito de los Indígenas Bantú de Mozambique
 Versión de Sebastián Vargas.

miércoles, 22 de julio de 2015

Cuento





           

                  El zapatero y los duendes

   Había una vez, un zapatero que vivía con su esposa en un pequeño y tranquilo pueblo de un lejano reino. Era un excelente zapatero, que siempre había trabajado con gran dedicación y esmero. Sus zapatos, botas y botines eran tan hermosos y fuertes que su fama se había extendido por los alrededores.
   Sin embargo, en los últimos años, se había empobrecido. Llegó un día en el que le quedaba cuero para confeccionar un solo par de zapatos. Cortó el cuero por la noche con la idea de coser y terminar los zapatos a la mañana siguiente. Después de la cena, se acostó plácidamente, rezó, le dio un beso a su amada esposa y se durmió.
   Al levantarse por la mañana, cuando iba a ponerse a trabajar, grande fue su sorpresa al ver el par de zapatos perfectamente terminado sobre la mesa de trabajo. Sin saber qué decir ni qué pensar, tomó los zapatos y los examinó muy bien por todos lados.
   ¡Estaban tan bien confeccionados y cosidos con tal prolijidad, que eran una verdadera obra maestra!
   Al rato, entró en la tienda un comprador. Le gustaron tanto los zapatos que pagó por ellos el doble de su precio. Con ese dinero, el zapatero obtuvo cuero para dos pares más. Los cortó por la noche y los dejó preparados para trabajar en ellos al día siguiente, pero al levantarse, allí estaban terminados. Ese día tampoco faltaron compradores y el zapatero ganó tanto dinero que pudo comprar cuero para otros cuatro pares. A la mañana siguiente, otra vez estaban listos los cuatro pares de zapatos que había preparado por la noche. Así sucedía día tras día. Lo que dejaba cortado antes de ir a dormir, lo encontraba cosido al levantarse. En poco tiempo, el hombre mejoró su fortuna y llegó a hacerse casi rico.
   Una noche cercana a la navidad, ya había cortado cuero para el trabajo del día siguiente, y su mujer, antes de ir a dormir, le dijo:
-¿Qué te parece si esta noche nos quedamos despiertos para averiguar quiénes son los que nos ayudan de este modo?
   El marido estuvo de acuerdo. Dejaron una vela encendida y se ocultaron en un armario, detrás de unas ropas colgadas. Así escondidos, aguardaron para ver lo que iba a suceder.
A medianoche, cuando dieron las doce campanadas, aparecieron de la nada dos minúsculos y graciosos duendes que no vestían ninguna ropa, estaban totalmente desnudos. Los enanitos se sentaron a la mesa del zapatero y pusieron manos a la obra.
  Tomaron el cuero cortado, punzaron, cosieron y clavaron con tal habilidad que el zapatero no podía creer lo que sus ojos veían. Trabajaron sin cesar hasta que todo estuvo listo en poco tiempo.
   Entonces, antes del amanecer, desaparecieron de repente.
   Al día siguiente, la mujer le dijo a su marido:
-Esos duendecitos nos han ayudado en momentos de penurias y nos han hecho casi ricos.    Deberíamos mostrarles nuestro agradecimiento y ayudarlos nosotros a ellos.
   Pensé que deben pasar frío así desnudos, por el mundo, sin nada con qué cubrirse. Yo podría coserle a cada uno una camisita, una chaqueta, un chaleco y unos pantalones. Y podría también tejerles unas medias... Y tú les harías unos zapatitos...
   -¡Es una excelente idea! -exclamó el hombre.
   Y ambos, entusiasmados, dedicaron el día a coser, tejer, cortar y clavar, hasta que terminaron los dos preciosos trajecitos con sus brillantes y diminutos zapatos.
   Por la noche, cuando estuvo todo concluido, colocaron los obsequios encima de la mesa, en vez del cuero cortado, y se ocultaron otra vez para ver cómo los recibían los enanitos. A medianoche, llegaron ellos, saltando dispuestos a comenzar su labor, pero en lugar del cuero cortado, encontraron las primorosas prendas de vestir. Primero, se asombraron pero, enseguida, se sintieron llenos de alegría, porque comprendieron que era una forma de agradecimiento. Inmediatamente, se vistieron y comenzaron a cantar:
¿No somos ya dos duendes guapos y elegantes?
   Esta gente ahora es feliz y nosotros vestimos mejor que antes.
   Así, estuvieron cantando y bailando largo rato, brincando sobre mesas y bancos, hasta que finalmente desaparecieron en el aire, del mismo modo como habían llegado.
   Los duendes nunca más volvieron, pero el zapatero y su esposa continuaron siendo felices el resto de sus vidas. Desde entonces, todo lo que emprendían les salía bien, por eso recordaron a los hombrecillos con mucho agradecimiento y cariño.


             Jacob y Wilhem Grimm

La Poesía

   

                                                       

con agua de rosas
me imagino cosas 
con agua naciente
me mojo los dientes
con agua paisaje
preparo mi viaje
con agua perdida
me voy distraída
con agua serena
me quito las penas
con agua de azahar
me voy a casar
con agua de olvido
no encuentro marido
con agua de esquina
me vuelvo madrina
con agua granuja 
me visto de bruja
con agua de anís
me busco y me encuentro
y me voy de aquí.


María  Cristina Ramos,
en Un sol para tu sombrero.
Buenos Aires,
Sudamericana 1999.

martes, 21 de julio de 2015

Fábula

                     El erizo y la belleza



   Un erizo vivía atormentado por su fealdad, todos los animales y hasta las personas le demostraban racgazo. Su vida transcurría escondiéndose de día y saliendo de noche, para no ser visto.
   Cuando por casualidad alguien se encontraba con él, dando un salto hacia atrás, se espantaba, por la cantidad de pinches que cubren su cuerpo.
   Muy dentro de su corazón, amaba a todos los seres que lo rodeaban y su mayor anhelo era agradarles y compartir con ellos las horas de sol. Pero ¿cómo hacerlo? No podía ni siquiera acercarse a alguien, sin producirle disgusto.
    Un día en que triste y desconsolado vagaba por el campo, oyó un chistido a sus espaldas, asombrado se dio vuelta y vio a una lechuza que le hablaba desde un árbol:
- ¿Qué te pasa que estas tan amargado?
-¡Cómo para no estarlo! Nadie se me acerca por lo feo que soy y el miedo que les provoco.
-¿Feo? ¿Y quién puede decir qué es ser feo? Lo que para unos es feo, para otros es lindo. Pero si esa es tu preocupación no te apenes, yo tengo la solución.
   La lechuza sacó entonces, como por arte de magia, de abajo de sus alas: botones brillantes, lentejuelas plateadas y doradas, piedritas multicolores de muchos tamaños y muchos pequeños objetos relucientes, que había encontrado en sus vuelos de aquí para allá. Los ubico uno en cada pinche y el erizo quedó resplandeciente y bello como nunca había imaginado. Complacido y temiendo que se le cayeran los objetos, se quedó muy quieto, cuando todos pasaban a su lado, lo admiraban y conversaban con él.
   Así pasó el tiempo, llegó el verano, luego el otoño y el erizo seguía inmóvil en el mismo lugar, no quería perder su belleza. Pronto los fríos intensos y las nevadas llenaron de  soledad el lugar. Hubo algunas voces que le pidieron que se fuera a su casa, pero el erizo no se movía, tan quieto se quedó, que no volvió a moverse nunca más, había muerto de hambre y de frío.

           Olga Martínez (Adaptación)
 

Leyenda: El Irupé





               El Irupé (leyenda guaraní)




 
   El cacique Rubichá Tacú (jefe algarrobo), que gobernaba una tribu de hombres aguerridos y hermosas mujeres, vivía a orillas del río Paraná.
   Rubichá Tacú tenía una hija, Morotí (blanca), joven y bella, pero orgullosa y coqueta, novia de Pitá (rojo), el guerrero más valiente de la tribu.
   Morotí y Pitá se querían mucho, pero el genio del mal, envidioso de la felicidad de los jóvenes, inspiro una mala idea a la muchacha. Un día, al caer la tarde, paseando por la orilla de río con otras doncellas, Morotí vio a Pitá que, en compañía de varios guerreros, se ejercitaba con el arco y las flechas.
   Para demostrar a sus amigas cuánto la amaba Pitá y cómo satisfacía todos sus caprichos, les dijo con orgullo:
 _Ahora verán cómo Pitá cumple cualquier deseo mío. ¿Ven este brazalete? lo arrojaré al río y mi novio irá a buscarlo.
   Una de sus amigas la interrumpió:
  _No hagas eso, Morotí. Es muy peligroso y Pitá podría ahogarse.
   Morotí respondió:
 _¡No seas tonta! Pitá es el mejor nadador y el más valiente de la tribu. ¡Irá a buscar mi brazalete a fondo del río!
    Inmediatamente sacó la alhaja de su brazo y, llamando a Pitá, ordenó:
_¡Pitá! ¡He arrojado mi brazalete al Paraná, y lo quiero! ¡Ve a buscarlo!
    Pitá, que quería mucho a su novia y la complacía siempre se arrojó al agua seguro de sí mismo, para satisfacer así una vez más a su hermosa Morotí.
    Pero sucedió que los que quedaron en la orilla esperando ansiosos la vuelta de Pitá, empezaron a impacientarse, pues esté no volvía...
¿Qué podría haberle sucedido? ¿Habría quedado enredado entre las raíces de alguna planta? ¿Estaría herido? Así pensaban, cuando Morotí, desesperada y llorosa, dijo:
_ ¡Yo soy la culpable de lo que sucede! ¡Pitá debería haber salido ya! ¡Algo le ha pasado! ¡Yo no quiero que muera! ¡Que llamen al Adivino de nuestra tribu y diga qué debemos hacer para salvarlo!. Varios guerreros salieron inmediatamente a buscar a Pegcoé (Profundo), el Hechicero,  y al rato volvieron con él. Todos hicieron silencio, mientras Pegcoé, mirando las profundas aguas del río, dijo con voz misteriosa:
_¡Ya veo! ¡Es él... Pitá! ¡Está con I-Cuñá-Payé (hechicera de las aguas) en su hermoso palacio de oro y piedras preciosas! La dueña de las aguas quiere que se quede y para eso le ofrece todas sus riquezas.
   Pitá parece aceptar... ¡Y tú, Morotí, por tu orgullo y tu coquetería eres la única culpable de la pérdida de nuestro mejor guerrero!
_¡No! ¡No! ¡Yo quiero salvarlo!_ gritó Morotí, desesperada.
  Dime qué debo hacer y te obedeceré ciegamente.
  Y habló Pegcoé:
_¡Tú eres quien puede salvarlo, tú y solo tú!
_ Espero tu mandato. ¡ Habla, Pegcoé!
_ Debes arrojarte al Paraná y traerlo tú misma a la superficie.¡Tú debes arrancarlo del poder de la Dueña de las Aguas!
_ ¡Te obedezco, Pegcoé, y me arrojo al río! ¡Yo volveré con Pitá! ¡Mi amor vale más que todas las riquezas de I- Cuñá_ Payé!
   Diciendo así, se arrojó a las aguas que se abrieron para dejar pasar a la coqueta y orgullosa joven que, arrepentida, iba a salvar a su novio del poder de la Hechicera de las Aguas.
   Toda la noche debieron esperar el regreso de los jóvenes.
   Se encendieron fuegos y  se danzó a su alrededor para invocar a Tupá (Dios) y ahuyentar a los malos espíritus.
   Los ancianos hacían conjuros vencedores del mal. Los guerreros y doncellas bailaban danzas sagradas.
   Ya amanecía cuando fue nuevamente consultado el Hechicero, que seguía mirando las aguas, y entonces Pegcoé dijo:
_ ¡Ya se han encontrado! ¡Morotí ha salvado a Pitá!¡Ya vuelven abrazados a la superficie! ¡Ya vuelven!
   En ese mismo instante, atónitos y maravillados, vieron aparecer en la superficie del agua una hermosa flor de pétalos rojos y blancos. Eran Morotí y Pitá que, transformados en un irupé, ofrecían al mundo su belleza y su perfume como símbolos de amor y de arrepentimiento.