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viernes, 24 de julio de 2015

Fábula

  La zorra y la cigüeña




   Había una vez una zorra que vivía en un hermoso bosque repleto de plantas y flores. Una tarde, mientras se miraba en el espejo de un río transparente, vio pasar una cigüeña picuda y cubierta de plumas blancas. 
   -¡Qué elegante!- pensó la zorra, y enseguida tuvo deseos de hacerle alguna maldad. 
   Después de pensar y pensar, se le ocurrió una idea brillante: la invitaría a comer a su casa y allí le daría una sorpresa. 
   La cigüeña aceptó encantada sin imaginarse que la astuta zorra le tenía preparada una sorpresa desagradable. 
   Cuando llegó el momento, la zorra había preparado una comida sencilla y se excusó diciéndole a la cigüeña que los tiempos estaban difíciles parea realizar costosos banquetes. La cigüeña, que era muy discreta, le contestó: 
-Doña zorra, a mí todo me sienta bien mientras esté con tal agradable compañía. 
   La zorra se sonrió por sus adentros y entonces sirvió en una bandeja de mimbre, dos platos muy chatos, llenos de sopa de carne y tomates. 
   La cigüeña se esforzó todo lo que pudo, pero no alcanzó a probar más de un sorbo de la líquida comida, pues su largo pico se lo impedía. Sin embargo no se quejo. 
   Mientras tanto, la zorra engullía con su alargada lengua toda la comida y exclamaba: 
-¡Es exquisita!... ¡Qué sabrosa!... ¡Hum!
   Entonces, la cigüeña tramó un escarmiento para la envidiosa zorra. 
   Y así fue que sin decir nada y disimulando su rabia, la cigüeña se despidió sin antes dejarle una invitación para la noche siguiente a fin de "devolverle su amable convite".
   Así llegó el turno de la cigüeña. Esa mañana desde muy temprano, cocinó y cocinó apetitosos manjares. Cuando dio por terminada su labor, escuchó golpes en la puerta: la zorra había llegado.
   El olor de la comida era tan exquisito que la zorra no hacía más que elogiar la destreza culinaria de la cigüeña. 
   Finalmente, se sentaron a la mesa. Grande fue el asombro de la zorra cuando advirtió esos maravillosos manjares aparecían dispuestos en largas y finísimas copas, tan altas como el pico de la cigüeña. 
   La zorra no dijo nada, pero aprendió la lección. No tuvo más remedio que observar con tristeza como la cigüeña disfrutaba de la comida con delicados y ágiles ademanes. 

   Moraleja: "Si no les gusta ser engañados, no engañen ustedes a nadie". 

                  Jean de La Fontaine

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