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miércoles, 22 de julio de 2015

Cuento





           

                  El zapatero y los duendes

   Había una vez, un zapatero que vivía con su esposa en un pequeño y tranquilo pueblo de un lejano reino. Era un excelente zapatero, que siempre había trabajado con gran dedicación y esmero. Sus zapatos, botas y botines eran tan hermosos y fuertes que su fama se había extendido por los alrededores.
   Sin embargo, en los últimos años, se había empobrecido. Llegó un día en el que le quedaba cuero para confeccionar un solo par de zapatos. Cortó el cuero por la noche con la idea de coser y terminar los zapatos a la mañana siguiente. Después de la cena, se acostó plácidamente, rezó, le dio un beso a su amada esposa y se durmió.
   Al levantarse por la mañana, cuando iba a ponerse a trabajar, grande fue su sorpresa al ver el par de zapatos perfectamente terminado sobre la mesa de trabajo. Sin saber qué decir ni qué pensar, tomó los zapatos y los examinó muy bien por todos lados.
   ¡Estaban tan bien confeccionados y cosidos con tal prolijidad, que eran una verdadera obra maestra!
   Al rato, entró en la tienda un comprador. Le gustaron tanto los zapatos que pagó por ellos el doble de su precio. Con ese dinero, el zapatero obtuvo cuero para dos pares más. Los cortó por la noche y los dejó preparados para trabajar en ellos al día siguiente, pero al levantarse, allí estaban terminados. Ese día tampoco faltaron compradores y el zapatero ganó tanto dinero que pudo comprar cuero para otros cuatro pares. A la mañana siguiente, otra vez estaban listos los cuatro pares de zapatos que había preparado por la noche. Así sucedía día tras día. Lo que dejaba cortado antes de ir a dormir, lo encontraba cosido al levantarse. En poco tiempo, el hombre mejoró su fortuna y llegó a hacerse casi rico.
   Una noche cercana a la navidad, ya había cortado cuero para el trabajo del día siguiente, y su mujer, antes de ir a dormir, le dijo:
-¿Qué te parece si esta noche nos quedamos despiertos para averiguar quiénes son los que nos ayudan de este modo?
   El marido estuvo de acuerdo. Dejaron una vela encendida y se ocultaron en un armario, detrás de unas ropas colgadas. Así escondidos, aguardaron para ver lo que iba a suceder.
A medianoche, cuando dieron las doce campanadas, aparecieron de la nada dos minúsculos y graciosos duendes que no vestían ninguna ropa, estaban totalmente desnudos. Los enanitos se sentaron a la mesa del zapatero y pusieron manos a la obra.
  Tomaron el cuero cortado, punzaron, cosieron y clavaron con tal habilidad que el zapatero no podía creer lo que sus ojos veían. Trabajaron sin cesar hasta que todo estuvo listo en poco tiempo.
   Entonces, antes del amanecer, desaparecieron de repente.
   Al día siguiente, la mujer le dijo a su marido:
-Esos duendecitos nos han ayudado en momentos de penurias y nos han hecho casi ricos.    Deberíamos mostrarles nuestro agradecimiento y ayudarlos nosotros a ellos.
   Pensé que deben pasar frío así desnudos, por el mundo, sin nada con qué cubrirse. Yo podría coserle a cada uno una camisita, una chaqueta, un chaleco y unos pantalones. Y podría también tejerles unas medias... Y tú les harías unos zapatitos...
   -¡Es una excelente idea! -exclamó el hombre.
   Y ambos, entusiasmados, dedicaron el día a coser, tejer, cortar y clavar, hasta que terminaron los dos preciosos trajecitos con sus brillantes y diminutos zapatos.
   Por la noche, cuando estuvo todo concluido, colocaron los obsequios encima de la mesa, en vez del cuero cortado, y se ocultaron otra vez para ver cómo los recibían los enanitos. A medianoche, llegaron ellos, saltando dispuestos a comenzar su labor, pero en lugar del cuero cortado, encontraron las primorosas prendas de vestir. Primero, se asombraron pero, enseguida, se sintieron llenos de alegría, porque comprendieron que era una forma de agradecimiento. Inmediatamente, se vistieron y comenzaron a cantar:
¿No somos ya dos duendes guapos y elegantes?
   Esta gente ahora es feliz y nosotros vestimos mejor que antes.
   Así, estuvieron cantando y bailando largo rato, brincando sobre mesas y bancos, hasta que finalmente desaparecieron en el aire, del mismo modo como habían llegado.
   Los duendes nunca más volvieron, pero el zapatero y su esposa continuaron siendo felices el resto de sus vidas. Desde entonces, todo lo que emprendían les salía bien, por eso recordaron a los hombrecillos con mucho agradecimiento y cariño.


             Jacob y Wilhem Grimm

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